También en los
momentos de oscuridad y de incertidumbre sepamos invocar el amor misericordioso
de Dios.
San Maximiliano experimenta momentos de prueba y de oscuridad, que son para él de gran
purificación, típico de la experiencia mística. Esto ocurre principalmente durante
las dos internaciones del Padre Kolbe en
el sanatorio de Zakopane debido a la tuberculosis (11 de agosto de 1920 - 29 de
abril de 1921. 18 de septiembre de 1926 - 13 de abril de 1927). Se ve obligado
a vivir afuera de la casa religiosa para el tratamiento: joven y buen sacerdote
experimenta un momento muy difícil de prueba. Se consagró a la Inmaculada, ofreció su disponibilidad
para evangelizar, pero debe permanecer quieto. Acoge pacientemente este
sufrimiento ofreciéndolo a Dios con amor.
Este es un momento crucial para Maximiliano: después
del alejamiento forzado desarrolla el extraordinario
apostolado que ha hecho célebre al Santo polaco. Vive la cruz con abandono
confiado en la voluntad divina, realizando todo para la mayor gloria de Dios y
la salvación de las almas, y ofreciendo su
dolor físico y espiritual. Las internaciones en Zakopane, con la duda sobre su
supervivencia, son motivo de un sano y espiritual "desprendimiento"
de su apostolado, que desempeña principalmente como periodista y animador de la
comunidad religiosa. Es un exilio muy doloroso, una fuerte purificación de los
grandes dones de Dios, y es preludio de
su futuro incisivo e incansable apostolato.
El mártir polaco tiene que luchar constantemente con
su salud. En Polonia y en Japón tiene la carga de una condición delicada de
salud, pero con mucha paciencia acepta todo confiándose con mucha
disponibilidad al Corazón de la Inmaculada. Es la confianza del niño que pone
toda esperanza y expectativa en el Señor. Él confía totalmente en Dios cuando,
para el nacimiento y el desarrollo de la misión japonesa, surgen dificultades
de naturaleza jurídica y económica: también en esta circunstancia. De gran
importancia es el siguiente pasaje: "Las dificultades aquí son muy
numerosas, incluso de parte de los sacerdotes (como, de hecho sucedió en Polonia). El obispo de Tokio me hizo grandes reproches sobre el Kishi, dándome a entender
cómo allí en la capital hay muchas prevenciones contra nosotros. A veces,
incluso se contradecía; evidentemente presentó
argumentos que no eran suyos. Pero quedó impactado ante los casos de
conversiones. Las conversiones no cesan; justamente el domingo pasado se
presentó una mujer pagana con un
sacerdote para agradecernos por su conversión. Tiempo atrás nos escribió que
tenía la intención de convertirse" (EK
336).
En esta
carta de San Maximiliano es visible su sufrimiento por las dificultades
encontradas en la tierra japonesa, y también su significativo espíritu de ofrecimiento
a Dios, y su gran celo misionero, con lo cual logra suscitar muchas conversiones. Las expresiones
del Padre Kolbe muestran una gran capacidad de abandono en la Providencia de
Dios y en la mediación maternal de María. La práctica de la ascesis es
decisiva, como también la oración por el éxito de la actividad apostólica. En
el período de su presencia en Japón, el mártir
enfrenta momentos muy delicados, en los cuales está llamado a ejercer mucha paciencia y
humildad en relación con los hermanos
que no comparten sus métodos o están en crisis vocacional. El sufrimiento es grande, y
grande es su confianza en el Señor y en la Inmaculada: ascesis y
confianza son fundamentales para que la misión dé fruto, y para que se
arraigue de la mejor manera. Él demuestra que es un auténtico Hermano menor y
penitente porque pone todas las realidades en manos del Altísimo, anonadándose a sí mismo y aceptando la adversidad. Este testimonio hace que el
apostolado sea más valioso y eficaz: se caracteriza por la cruz. Incluso en las
más dolorosas circunstancias el Padre Kolbe no se rinde y trabaja por su fraternidad, y comparte con los Hermanos el trabajo en
tierra de misión. La oración, el rosario
en particular, le permite obtener del Señor fuerza y perseverancia, incluso
en la oscuridad y en la más grande fatiga: "En los corazones afligidos se
derrama un bálsamo de consuelo, en las almas desesperadas despunta un nuevo
rayo de esperanza. Los pobres, los afligidos, quienes están agobiados bajo el peso de las preocupaciones, de las
tribulaciones y de las cruces se sienten cada vez más clara y concretamente que
no son huérfanos, que tienen una Madre que conoce sus dolores, tiene compasión,
los consuela y los ayuda. Ellos sienten que tienen que sufrir un poco más, pero
que luego llegará una recompensa, la recompensa eterna, infinita; de hecho sienten
que hasta vale la pena sufrir en esta breve vida, para borrar las culpas
cometidas y para dar prueba de su amor a Dios; comprenden que en el sufrimiento el alma se
purifica como el oro en el fuego, se separa de las ilusiones pasajeras que el
mundo llama felicidad, y se eleva cada vez más alto, infinitamente más alto, hasta
la fuente de toda felicidad, hasta Dios. Se dan cuenta de que sólo en Él el
alma pueda descansar, mientras que todo lo demás es muy poco" (EK 1102).
Para la reflexión
Medita en el siguiente pasaje de San Maximiliano:
«Trata de recurrir a Ella, como un niño a su querida y
buena Madre, también invocándola con su santo nombre "María", con los
labios o con el corazón, en las dificultades de la vida, en las oscuridades y
en las debilidades espirituales, y tú
mismo te convencerás cuán potente es María y quién es su Hijo, Jesucristo» (EK 1181).
No hay comentarios:
Publicar un comentario