Para que cada creyente, siguiendo
el ejemplo del Pobrecillo de Asís, pueda trabajar por la realización de la paz
entre los pueblos.
Para que reine la paz es fundamental que cada uno se
esfuerce en realizar gestos de amor, que estén en grado de formar corazones
pacificados, capaces de transmitir el sentido y la modalidad de la armonía
entre los pueblos. Famosas y significativas son estas frases del Padre Kolbe,
presentes en un artículo: «El odio divide, separa y destruye, mientras que el
amor une, da paz y edifica. No tiene nada de extraño que sólo el amor llegue a
hacer a los hombres cada vez más perfectos. Por lo tanto, sólo aquella religión
que enseña el amor de Dios y al prójimo puede perfeccionar a los hombres. La
religión de Jesucristo es realmente esta religión del amor, del amor perfecto,
y eso es evidente en las santas palabras de Jesucristo» (EK
1205).
La paz brota primero de todo en nosotros. Las situaciones
de guerra y de divisiones surgen sobretodo porque faltan corazones serenos que
sepan afrontar la vida y a los hermanos con una mirada positiva y constructiva.
Además, poner la propia confianza en María es otro ingrediente fundamental que
permite, no sólo evitar guerras, sino también sembrar acciones y sentimientos
marcados por la auténtica concordia. En
efecto, Maximiliano afirma que: «el manantial de la felicidad y de la paz no
está afuera, sino dentro de nosotros. Sepamos sacar provecho de todo para
ejercitar nuestra alma en la paciencia, la humildad, la obediencia, la pobreza
y las demás virtudes de la vida religiosa, y las cruces no serán tan pesadas.
Por lo demás, nosotros proclamamos que a través de la Inmaculada lo podemos
todo: demostrémoslo, pues, con la acción. Pongamos en Ella nuestra confianza,
oremos y vayamos adelante en la vida con tranquilidad y serenidad» (EK 935). Cualquier acción de división proviene del enemigo. Ponerse
en las manos de la Inmaculada nos permite tener un corazón tranquilo, capaz de
difundir comunión, mediante un perfil humilde y colmado de amor. La oración se
revela particularmente importante para que reine establemente la paz. Ésta nace
dentro de nosotros y se irradia al exterior. El santo en todos lados y con
paciencia se ha demostrado colmado de una paz interior que infundía serenidad también
en el horror del campo de concentración. Él advierte a los co-hermanos del
peligro de la división con estas palabras: «Estemos seguros de que toda
división e incomprensión no procede de la
Inmaculada, sino única y exclusivamente de aquella serpiente que está bajo
sus pies. Por consiguiente, cada uno, por su parte, haga todo lo posible de
atenuar todo desacuerdo, con la humildad, el amor, la paciencia y la oración,
para profundizar cada vez más el amor mutuo y ayudarnos mutuamente a tender hacia nuestro Ideal de la dilación
del Reino de la Inmaculada en las almas. Cada uno de ustedes esfuércese no
tanto por cambiar el ambiente cuanto por llegar a ser cada vez mejor él mismo, por acercarse
personalmente a la Inmaculada para que todos, acercándose a Ella, se acerquen
mutuamente entre sí. Por eso, no alabo
de ningún modo a quien pida se le aleje del puesto avanzado y se le envíe a cualquier otro lugar, aunque sea, el
convento o la Orden religiosa más fervorosa. Las gracias divinas y la
protección de la Inmaculada están preparadas para cada uno de ustedes en el
lugar dónde se encuentran por obediencia, mientras que la huida de ese ambiente
– sin considerar las causas, sean las que sean- es sin duda sólo una verdadera tentación de nadie más que de
Satanás, que busca por todos los medios la
destrucción de la Niepokalanów y
la debilitación del Reino de la Inmaculada. ¿Quisieran, acaso, ser un instrumento en sus manos en este asunto?» (EK
926).
Dejarse conducir por la Inmaculada da la posibilidad al creyente de tener
un corazón lleno de paz y de alegría. Ella nos guía hacia un camino en el que
podemos convertirnos en sembradores de bien y de concordia. La protección de la
Inmaculada y su materna intercesión contribuyen a ser criaturas que siembran
amor. El mártir de Auschwitz exhorta: «Dejémonos conducir por Ella, sea a lo
largo de una calle bien asfaltada y cómoda, sea por otra escabrosa y difícil.
Es suficiente un solo acto de amor – de amor que procede no del sentimiento,
sino de la voluntad, es decir, un acto de obediencia religiosa cumplida por
Ella, para que una caída se transforme en un beneficio aún mayor. Sta. Teresa
del Niño Jesús escribe que ya se había resignado a la constatación de que sería
siempre imperfecta, porque es difícil no serlo, dado que no estamos aún en el
paraíso. Las caídas nos enseñan a no confiar en nosotros mismos, sino a poner
toda nuestra confianza en manos de Dios, en manos de la Inmaculada, Mediadora
de todas las gracias. Siempre tranquilos y serenos; nunca tistes. También
nosotros aquí experimentamos de manera tangible la protección de la Inmaculada
(EK 937)».
Para la reflexión
-
¿De
qué manera logro ser un constructor de paz?
-
¿Busco
sembrar amor alrededor mío?
-
¿Cómo
combato la polilla de la discordia y de la división?
-
¿Mis
elecciones están guiadas por aquel amor que crea la paz?
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¿Maximiliano
es un hombre de paz: de qué manera sigo su ejemplo?
-
¿Cómo
puedo “romper” las situaciones de guerra y de división?