"Para que cada cristiano ponga la
máxima atención en el cuidado y salvaguardia del ambiente en el que vive y que
es obra de Dios".
Reflexión del Centro Internacional de la M.I. en Roma
En numerosas ocasiones Maximiliano habla de la creación. En
sus escritos no trata sólo de temas relacionados con la conversión y con la
santificación del hombre, sino que a menudo se ocupa de la belleza de la
creación. En una meditación, con las siguientes palabras, alaba al Creador por
las maravillas que ha realizado: « ¿Quién se atrevería a suponer que Tú, oh
Dios infinito, eterno, me has amado desde hace siglos, mejor dicho, desde antes
de los siglos? Tú, en efecto, me amas desde el momento en que existes como
Dios, ¡por tanto me has amado y me amarás siempre!... Aunque yo aún no
existiese, Tú ya me amabas, y porque ya me amabas, oh Buen Dios, me llamaste de
la nada a la existencia. Para mí creaste los cielos constelados de estrellas,
para mí la tierra, los mares, los montes, los ríos, tantas, tantas cosas hermosas que hay en la
tierra… Pero esto no es suficiente: para mostrarme de cerca que me amas con mucha
ternura, bajaste de las delicias más puras del paraíso a esta tierra enlodada y
llena de lágrimas, viviste en medio de la pobreza, de las fatigas y de los
sufrimientos» (EK 1145). Obviamente la
Inmaculada es la expresión más bella de toda la creación y nuestro santo alaba
y agradece a Dios por haberle donado a la humanidad entera una madre así
maravillosa. He aquí, las elocuentes palabras del mártir franciscano que
subrayan la belleza de María, esplendor de la humanidad: «Desde la eternidad,
sin embargo, Dios había previsto una Criatura que en nada, ni en lo más
pequeño, se habría alejado de él, que no habría disipado ninguna gracia, que
nunca se habría apropiado de ninguna cosa recibida de él. Desde el primer instante
de su existencia el Dador de las gracias, el Espíritu Santo, estableció su
propia morada en su alma, tomó posesión absoluta de ella y penetró en ella de
tal modo que el nombre de Esposa del Espíritu Santo no expresa sino una sombra
lejana, pálida, imperfecta, aunque verdadera, de esa unión». (EK 1224).
El Padre Kolbe exalta el “sí” de María, maravilla de la
creación, mediante el cual coopera en la realización de una nueva creación en
Cristo Jesús; «Dios dijo: “Fiat” (Gen 1, 3, 6) y la creación tuvo lugar. Una
criatura, María, dijo: “Fiat mihi”
(Lc 1,38) y Dios se hizo presente en Ella. También las creaturas repiten: “Fiat”. Concilian su voluntad con la
voluntad de la Inmaculada. Acción y reacción» (EK 1283). La contemplación de la
creación nos consiente de alabar, amar, glorificar y bendecir al Altísimo.
Ésta, es en efecto, la finalidad de la M.I.: exaltar cada
obra de Dios y poner a la humanidad en la condición de reconocerla, para
agradecerle al Creador y descubrir el infinito amor por cada elemento del orden
creatural. De hecho, «la naturaleza de todas las cosas está modelada conforme a
la finalidad que se propone; por
consiguiente, también para conocer la naturaleza de la M.I. es necesario
examinar su finalidad. Todo tiene,
además, un doble fin: el último y el inmediato. El fin último de toda criatura es la gloria externa de Dios, las criaturas
inteligentes ofrecen esta gloria de manera perfecta, ya que no son sólo una
imagen de las perfecciones divinas, sino que también, conocen y reconocen esa
imagen. De aquí el homenaje, la adoración, la acción de gracias y el amor de la
criatura al Creador. Nosotros tenemos que amar
de manera infinita, ya que Él nos amó de manera infinita y manifestó ese
amor bajando Él mismo a esta tierra, para aliviar, iluminar, fortalecer y hasta
redimir al hombre culpable mediante la muerte ignominiosa y entre los tormentos
más terribles; quedándose con nosotros hasta el fin de los tiempos, si bien muy
abandonado e insultado por personas ingratas; donándose a nosotros como alimento,
para divinizarnos con su divinidad. Sin embargo, siendo nosotros criaturas
limitadas, no podemos ofrecer a Dios una gloria infinita. Ofrezcámosle al menos
todo lo que podamos. Por eso el fin último de la M.I. es precisamente la gloria de Dios, y no solamente eso, sino
una gloria mayor, es más, la máxima posible» (EK 1248).
Confiamos al mismo Kolbe los puntos para nuestra
reflexión que encontramos expuestos en uno de sus documentos inéditos (cfr. EK
1285). Consideramos cuanto el santo expone y contemplamos la obra de Dios
tributándole gloria.
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