OCTUBRE
Nuestra misericordia
se inspire en la de la Inmaculada a los pies de la Cruz
Incluso la Inmaculada ha experimentado la realidad de
la cruz, uniéndose a los sufrimientos del Hijo en modo único y nos indica cómo acoger las situaciones de
sufrimiento y de prueba en nuestra vida. San Maximiliano señala que "Las
cruces son necesarias en todas partes, porque también la
Inmaculada vivió en esta tierra pasando por las cruces, incluso
el mismo Jesús no escogió un camino diferente" (EK 609). El momento de la prueba no es motivo de desesperación,
sino de renovación de la confianza en el Señor, que con Su Madre, ha
experimentado el camino del sufrimiento y por esto está dispuesto a ayudar y
fortalecer a cuantos están en situaciones de dolor o de postración.
Esta certeza llena el corazón del mártir franciscano
que, simplemente confiando completamente en el amor y en la ayuda de Dios logra
salir victorioso y fortalecido de los momentos de prueba más agotadores.
Este aspecto de la espiritualidad de San Maximiliano es fundamental durnte su reclusión en el campo de concentración y en el martirio, y es
también el tema inspirador en la práctica de los consejos evangélicos. Quien sigue al Señor, es apóstol del Evangelio y tiene a María Inmaculada como madre y guía en
su camino de conversión, no se puede dejar atrapar por la ansiedad y la preocupación. La confianza
en Dios y en la Virgen
engendra mucha alegría en el corazón. Cruz y amor
están estrechamente vinculados, como lo expresan las palabras del santo polaco:
"Recordemos que el amor vive y se alimenta de sacrificios. Damos gracias a la Inmaculada por la paz interior,
por el éxtasis amoroso, sin embargo no olvidemos que todo esto, aunque bello y
bueno, no es la esencia del amor, y que el amor, aún más, el amor perfecto, puede existir incluso sin todo esto. El
vértice del amor es el estado al que llegó Jesús en la cruz ... Sin sacrificio
no hay amor" (EK 503). El amor
se alimenta de la cruz. La paciencia permite al creyente proseguir el
perfeccionamiento de su camino de conversión y de santificación y asemejarse a
Cristo que ofrece la vida por la salvación del hombre.
En estos momentos, el Señor continúa derramando
gracias al creyente que tiene la oportunidad de crecer en el camino de comunión
con Dios y en la práctica de las virtudes, que son cada vez más purificadas y
auténticas. San Maximiliano nos ilumina con sus palabras: "Pero, ¿cómo
hacer penitencia? La salud y las obligaciones de su estado no permiten a todos
el rigor de la penitencia, también si todos reconocen que el camino de su vida
está lleno de pequeñas cruces. La
aceptación de estas cruces en un espíritu de penitencia: es un vasto campo para la práctica de la
penitencia. Además, el cumplimiento de sus deberes, el cumplimiento de la
voluntad de Dios en cada momento de la vida, un cumplimiento perfecto en las acciones,
en las palabras y en los pensamientos, exige muchas renuncias a aquellas cosas
que podrían parecer más atractivas en un determinado momento: y he aquí una
fuente abundante de penitencia" (EK
1303). La Inmaculada nos ayuda a comprender que para acoger la dimensión de la
cruz en nuestro camino es necesario cultivar una profunda comunión con Cristo,
el Señor, esa comunión que Ella ha podido lograr, la misma que vivió el Padre
Kolbe, como lo expresan sus escritos y como su experiencia espiritual lo
revela. Él mismo lo expresa: "Llegó
el momento de su entrada en el mundo. Ella nació en el anonimato, en el
silencio, en una humilde casita de un
pueblo de Palestina. Ni siquiera los libros sagrados hablan mucho de Ella. En
ellos la vemos en la Anunciación, cuando se convirtió en la Madre de Dios.
Seguimos Su viaje a Belén, donde admiramos el nacimiento de su Hijo, el Hijo de
Dios e hijo del hombre, en una pobre gruta. Luego, la fuga, llena de ansias, a Egipto. La dura
vida en un país extranjero y, finalmente, el regreso a Palestina. El premuroso descubrimiento
de Jesús perdido en el templo. Más tarde
la vemos al lado de su Hijo en las bodas de Caná de Galilea, donde pide y
obtiene el primer milagro en favor de los jóvenes esposos. Jesús parte para
enseñar, mientras que Ella permanece en su casa, preocupándose por su destino.
El arresto, la pasión y el camino al Calvario. María vuelve a aparecer y acompaña
a Jesús al lugar de la ejecución y está a su lado en el momento de la muerte y
apoya a su pecho Su cuerpo helado, bajado de la cruz. Luego, La vemos en el
momento en que el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, estando en
medio de ellos como una buena Madre y educando a los futuros apóstoles" (EK 1312). Además, "Su unión amorosa
con Dios llega a tal punto que Ella se convierte en la Madre de Dios. El Padre le
confía a su propio Hijo, el Hijo desciende en Su seno, mientras que el Espíritu
Santo forma, de Su cuerpo, el santísimo cuerpo de Jesús" (EK 1320).
Para la
reflexión
Consideremos el ejemplo de la Inmaculada en el
Calvario. Ella se une a su Hijo y a su misión de donar la salvación a la
humanidad, fruto de la infinita misericordia de Dios. Como Jesús, María acepta
y acoge el dolor y las ofensas, perdonando a los que están matando a Cristo.
Ella comparte su perdón y comprensión hacia los que "no saben lo que hacen".
En el Calvario, la Madre de Dios ciertamente muestra su dolor, pero también con
una notable capacidad de perdón, ese perdón del que Jesús había hablado tanto.
Reflexionemos sobre nuestra capacidad de ser misericordiosos y tratemos de entender lo que
falta para que sea siempre más perfecta. El mismo San Maximiliano llegó, siguiendo
a María, a perdonar a los que no lo comprendían, en lo cotidiano de la vida en el convento, o se
burlaban de él, durante todo el tiempo de su agonía.